miércoles, 3 de junio de 2009

AMPARO DÁVILA 04

Hay días en que uno quisiera comprar un boleto para cualquier parte...

Otra gran historia de Amparo Dávila:

UN BOLETO PARA CUALQUIER PARTE

DEJÓ a los amigos que insistían en que se quedara con ellos y salió del club.
No podía más, las piernas se le estaban entumeciendo. Casi tres horas sentado. La sinfonola tan fuerte, demasiado humo. Lo que querían era desquitarse. Por eso insistían en que se quedara. No podían soportar que él ganara alguna vez. Y no creyeron cuando les dijo que tenía trabajo en su casa. Marcos se había puesto serio. "Los amigos esclavizan, hijo." Tenía razón su madre, ya no disponía de libertad ni para irse a su casa cuando quisiera. Necesitaba estar solo, pensar. Los días pasaban y no había hablado con su jefe... Al doblar una esquina divisó la ventana de Carmela. Estaba abierta, pero ella estaría aún en la tienda bordando pañuelos. Sólo había aceptado cuatro invitaciones a cenar. Después se alejó de ellas. La madre lo incomodaba. Todo era falso en ella, aquella sonrisa mostrando apenas los dientes, la tierna mirada, la voz. La sentía en acecho siempre, pronta para agarrar. Lo observaba detenidamente de arriba abajo. Había largos silencios. Tenía que elogiar los platillos que habían preparado especialmente para él. A hurtadillas miraba a Carmela y recorría apresuradamente su cuerpo, después desviaba la mirada para que la madre no lo notara. Había flores sobre el piano, coñac y cremas para después de la cena. No podía quejarse, lo habían atendido demasiado bien. Y les debían de haber salido muy caras aquellas cenas. ¿En quién pensaría ahora Carmela? ¿A quién le prepararía suculentas cenas? ¿Quién vería asomarse sus muslos cuando cruzaba, descuidada, las piernas? Carmela tocaba el piano después de la cena. La madre se tumbaba en un cómodo sillón y comía bombón tras bombón mientras los suspiros levantaban su exuberante pecho. Él escuchaba aquellas piezas tocadas con cierta timidez y una suave ternura lo iba invadiendo… Tenía que hablar con su jefe cuanto antes. Pedirle el aumento de sueldo con decisión. Se pondría el traje de franela gris y la corbata azul marino con rayas rojas. Había que estar bien vestido cuando se solicitaba algo. Pero si el señor A le dijera: "Me extraña que solicite usted un aumento, no parece necesitarlo..." "Es que tengo que casarme", agregaría inmediatamente. Así no estaba bien. Su jefe le diría: "¿Cómo es eso de que tiene que casarse?..." Y él no podría soportar aquel tono burlón y mal intencionado. Tenía que ensayar, estudiar lo que iba a decirle palabra por palabra... Irene le preguntaba todos los días si ya había hablado con su jefe. Si supiera que no se atrevía, que todos los días lo intentaba y que no sabía qué decir ni cómo empezar. Se pasaría la noche pensando hasta encontrar la manera de hacerlo. Irene aseguraba que no le importaba esperar un poco; pero que en su casa opinaban de otra manera. "Te está haciendo perder el tiempo y al final no se casará contigo." Empezaba a cansarlo aquella urgencia. Había veces en que ya no tenía ganas de ver a Irene. Aquella diaria pregunta empezaba a serle insoportable. ¡Si Carmela fuera sola...!
Cuando llegó a su casa, la sirvienta le avisó que un señor había estado a buscarlo varias veces.
— ¿Cómo se llama?
—No quiso dar su nombre cuando le pregunté.
— ¿No es alguno de mis amigos?
—No, yo los conozco bien. Éste es un señor muy serio, alto y flaco, vestido de oscuro...
Subió la escalera pensando quién podría ser la persona que había ido a buscarlo. Entró en su cuarto y se sentó en la cama pensativo. Encendió un cigarrillo. Sólo los amigos lo buscaban en su casa. Para cualquier otro asunto lo veían en la oficina. Imaginó un hombre flaco y alto, como lo había descrito la criada, vestido de oscuro, serio, sombrío... Empezaría diciendo: "Le suplico, señor X, que tenga usted resignación y valor. Su madre se encuentra moribunda y no hay manera de salvarla..." Apagó el cigarrillo. ¿Por qué pensaba en cosas tan desagradables? Hacía pocos días le mandaron decir que su madre se encontraba bastante bien, que se alimentaba y dormía lo suficiente... El hombre vestido de oscuro lo saludaría seriamente, después con voz grave le diría: "La misión que me ha sido encomendada es de lo más dolorosa, su señora madre ha muerto repentinamente. Sírvase aceptar el testimonio de mis sinceras condolencias..." Tendría que partir inmediatamente. Esa misma noche, en el último tren. Acompañado por el sombrío emisario. Llegarían en la madrugada. Muerto él de frío, de sueño, de dolor. La encontraría en el depósito de cadáveres sobre una fría plancha de mármol, o tal vez ya en el ataúd entre cuatro cirios. Antes de morir ella lo habría llamado, sin duda, y él a esa hora tal vez estaba jugando con sus amigos o pensando en las piernas de Carmela.
¡Qué dolor verla amortajada! No podría soportarlo. No abriría la caja, se quedaría sin verla por última vez. Pasaría varias horas solo con su muerta. Alguien le daría una taza de café aguado y desabrido. Al día siguiente la enterrarían en algún pueblo cercano al sanatorio... Pero su madre era una mujer bastante fuerte y sana, no obstante su mal, además no era vieja, podría vivir unos quince o veinte años más... El hombre de oscuro se quitaría el sombrero... "¿Es usted el señor X?" le preguntaría ceremonioso. "Vengo a notificarle que ayer se escaparon de nuestro sanatorio varias pacientes, entre ellas la señora madre de usted, y no hemos podido localizarlas..." ¡Qué podría hacer él para encontrarla! Daría parte a la policía. Pondría avisos por la radio, en los periódicos. ¡Su pobre madre perdida! Vagando día y noche de un lado a otro, sin comer, sin abrigo. Le podría dar pulmonía y morirse, y él no sabría ni siquiera dónde buscar su cadáver. Sola, en la noche, muerta de frío y de hambre… Lo llamaba, lo llamaba... La veía caminando por una carretera, cruzarse y... ¡Qué muerte más terrible!... Encendió un cigarrillo y suspiró. La había llevado, con gran dolor, a un sanatorio donde estuviera atendida y vigilada. No podía cuidarla lo suficiente, teniendo que trabajar, y las criadas... Un hombre alto, flaco, muy serio, vestido de oscuro, sólo podría llevar una mala noticia... A lo mejor era un emisario que enviaban los padres de Irene para hacerle saber que ya estaban cansados de esperar que pidiera el aumento de sueldo y se casara. Podía ser alguien de la familia o alguna persona muy íntima de ellos... Tal vez no le permitirían ver más a Irene. Sería posible. Los conocía bastante bien. Eran capaces de todo. Y él entonces quedaría en ridículo. Le contarían a todo el mundo: "Le mandamos un emisario al pobre X, no volverá a poner los pies en esta casa." ¡Desdichados! A lo mejor se llevaban a Irene fuera de allí. No volverían a verse nunca, o tal vez, cuando ya ella estuviera gorda, llena de niños y de aburrimiento. Pero ella, ¿sería capaz de no hacer nada, y dejar que la manejaran como si fuera un títere? Tanto amor y tantas caricias, todo mentira. Los veía riéndose de él. Llenos de hipocresía dirían a sus amistades: "Después de todo, nos da lástima X, ¡el pobre muchacho!" No les concedería ese gusto. Excitado, herido en lo más profundo, caminaba de un lado a otro del cuarto con pasos rápidos. Apagaba un cigarrillo, encendía otro... De pronto recordó que al salir de la oficina el gerente lo había mirado de una manera muy extraña. "Mañana revisaremos su corte de caja", le había dicho mirándolo de arriba abajo. A lo mejor sospechaba que sus cuentas no estaban correctas o que él estaba robando... "Tengo una orden de arresto contra usted, señor X, por desfalco..." ¡Eso era el hombre!, un detective, un agente de la policía secreta que lo iba a arrestar. Pero a él nunca le había faltado ni un solo centavo. No podía ser. El hombre de oscuro lo miraría fijamente... "Señor X, la compañía le concede doce horas para reponer el dinero que le falta, de lo contrario..." ¿Y de dónde iba él a sacar ese dinero? Lo meterían en la cárcel por robo. Saldría su caso en los periódicos. ¿Qué sería de su madre entonces? La echarían del sanatorio, o tal vez la llevaran a un centro de salud, uno de esos en los que no se paga nada y donde tratan a los enfermos como si fueran animales... Se imaginaba la cara que iban a poner Irene y sus padres cuando leyeran la noticia en el periódico. Perderían un candidato, tal vez el único. "Te decíamos que era un mal tipo..." Pasaría los mejores años de su vida en una celda miserable, húmeda y maloliente. Allí envejecería. Olvidado de todos, no habría nadie que se preocupara por su destino. Nadie que le llevara cigarrillos y un poco de compañía. Sin aire, sin sol, sin luz, terminaría tuberculoso. .. Se sentó en el borde de la cama y hundió la cabeza entre las manos, sollozando...
—Aquí está otra vez el señor que ha venido a buscarlo— dijo la sirvienta.
— ¿Qué? ¿Que aquí está? — preguntaba fuera de sí, lívido, desencajado—. Dile cualquier cosa, lo primero que se te ocurra, no puedo recibirlo.
No tenía valor para soportar el golpe y el dolor de una noticia. Porque una noticia es como un puñal que...
—El señor está en la sala esperándolo; yo no sabía que usted no quería verlo, como dio tantas vueltas, yo pensé...
—Bueno, dile que haga el favor de esperar, bajaré luego.
Allí se quedaría esperando hasta el último día del mundo. Él iría lejos. Donde no pudiera encontrarlo y decirle nada. Se iría rápido, sin hacer ruido, sin equipaje. Sólo cogió el dinero que tenía guardado en un cajón de la cómoda, la gabardina y el sombrero. Abrió una ventana; resultaba fácil, no estaba muy alto. Se descolgó suavemente, para no hacer ruido. En la esquina tomó un taxi y ordenó al chofer que lo llevara a la estación del ferrocarril sin perder tiempo. El hombre no lo alcanzaría nunca. Aunque fuera por todo el mundo, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, buscándolo. Jamás le daría su mensaje.
Quería hacerle daño, destrozarlo con una noticia terrible, pero él había sospechado al instante y se había escapado... Allí estaría en la sala sentado, muy tieso y muy sombrío, esperando a que bajara, esperando, esperando... cuando se diera cuenta temblaría de rabia, se pondría verde... sería tarde para darle alcance... no sabría nunca la fatal noticia, viviría tranquilo, feliz... ¡había tenido tanta suerte en poder salvarse! escapándose por una ventana... se había salvado, salvado...
El empleado que despachaba los boletos del ferrocarril creyó no haber entendido, cuando X pidió que le diera un boleto de ida para cualquier parte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario