viernes, 2 de octubre de 2009

CASTANEDA 03

Un fragmento de Una realidad aparte:

"Tras un rato dejé de buscar coches y empecé a pensar de nuevo en la perspectiva de nuestro viaje. Entonces advertí que mis faros parecían extremadamente brillantes en contraste con la oscuridad en torno, y miré de nuevo el retrovisor. Vi primero un resplandor intenso y luego dos puntos de luz como brotados del suelo. Eran los faros de un coche sobre una loma en la distancia tras nosotros. Permanecieron visibles un rato, luego desaparecieron en la oscuridad como arrebatados; tras un momento aparecieron en otra cima, y luego desaparecieron de nuevo. Durante largo tiempo seguí en el espejo sus apariciones y desapariciones. En cierto punto se me ocurrió que el coche iba a alcanzarnos. Sin lugar a dudas, se acercaba. Las luces eran más grandes y brillantes. Pisé a fondo el acelerador. Tenía una sensación de inquietud. Don Juan pareció advertir mi preocupación, o acaso sólo notó el aumento en la velocidad. Primero me miró, después volvió la cara para mirar los faros distantes.
Me preguntó si me pasaba algo. Le dije que durante horas no había visto coches detrás de nosotros y que de pronto había advertido las luces de un auto que parecía acercarse cada vez más.
Soltó una risita chasqueante y me preguntó si de veras creía que se trataba de un carro. Le dije que tenía que ser un coche y él dijo que mi preocupación le revelaba que, de algún modo, yo debía haber sentido que lo que venía tras nosotros, fuera lo que fuese, no era un simple coche. Insistí en que lo creía sólo otro coche en la carretera, o acaso un camión.
¿Qué más puede ser? dije, fuerte.
El aguijoneo de don Juan me había puesto nervioso.
El se volvió y me miró de lleno; luego asintió despacio, como midiendo lo que iba a decir.
Ésas son las luces en la cabeza de la muerte -dijo con suavidad . La muerte se las pone como un sombrero y después se lanza al galope. Ésas son las luces de la muerte al galope, ganando terreno, acercándose más y más.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Tras un rato miré de nuevo el retrovisor, pero las luces ya no estaban allí.
Dije a don Juan que el coche debía de haberse parado o salido del camino. El no volvió la cara; solamente estiró los brazos y bostezó.
No, dijo . La muerte nunca se para. A veces apaga sus luces, eso es todo".

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