miércoles, 31 de marzo de 2010

LOS PERROS DE TÍNDALOS

Excelente animación del relato de Frank Belknap Long

Realizado por: Abel Sánchez Díaz
Música: Pablo Villena y Raúl Frutos

martes, 30 de marzo de 2010

EL LIBRO DE LA IMAGINACIÓN 01

ADVERTENCIA

Esta antología propone al lector un viaje a portentos y prodigios imaginativos. Se han espigado más de cuatrocientos textos breves, en los que sus autores, de todos los tiempos, concretaron, con precisión y brevedad admirables, agudezas, ficciones, epigramas que hacen un todo fascinante y en los que se derrama, pródigamente, un arte conciso extraordinario, se redondean gracias, se levantan inverosimilitudes formidables, se animan colisiones entre realidad y fantasía, y por los cuales transcurren mujeres, amor, enigmas, sueños, espejos, milagros, fantasmas, utopías, magias, el cielo, el infierno, y lo que el ingenio de quienes los escribieron trata de explicar o fundar sobre lo que está más allá de lo visible o comprobable. Es, al fin, un libro que se explica a sí mismo. No necesita más advertencias o informaciones.

Edmundo Valadés fue el encargado de esta ardua y mágica labor.

CORDELIA
Sintió pasos en la noche y se incorporó con sobresalto.
-¿Eres tú, Cordelia?- dijo.
Y luego:
-¿Eres tú? Responde.
-Si, soy yo- le replicó ella desde el fondo del pasillo.
Entonces se durmió. Pero a la mañana siguiente habló con su mujer que se llamaba Clara -y con su sirvienta que se llamaba Eustolia.
Francisco Tario: Tapioca Inn.

SEÑALES
Desde la infancia apenas se me cae algo al suelo tengo que levantarlo, sea lo que sea, porque si no lo hago va a ocurrir una desgracia, no a mí sino a alguien a quien amo y cuyo nombre empieza con la inicial del objeto caído.
Julio Cortázar: Historias de cronopios y de famas.

DEL "I´OSSERVATORE"
A principios de nuestra Era, las llaves de San Pedro se perdieron en los suburbios del Imperio Romano. Se suplica a la persona que las encuentre, tenga la bondad de devolverlas inmediatamente al Papa reinante, ya que hace más de quince siglos las puertas del Reino de los Cielos no han podido ser forzadas con ganzúas.
Juan José Arreola: Prosodia.


Este grandioso libro se consigue fácilmente y a un precio bastante accesible, aquí.

viernes, 26 de marzo de 2010

ALMAFUERTE 01

Esta nueva sección será doble, pues se mezcla de forma peculiar y muy atinada la música con la poesía.

Pedro Bonifacio Palacios (San Justo, Argentina, 13 de mayo de 1854 - La Plata, Argentina, 28 de febrero de 1917), conocido también por el seudónimo de Almafuerte, fue un poeta argentino.

Nació en San Justo, provincia de Buenos Aires, en el seno de una familia muy humilde. Todavía niño, pierde a su madre y es abandonado por su padre, por lo que fue criado por sus parientes.
Almafuerte es el seudónimo con el que alcanzó mayor popularidad, aunque no fue el único que utilizó a lo largo de su vida.
Su primera vocación fue la pintura, pero, como el gobierno le niega una beca para viajar a Europa a perfeccionarse, cambia su rumbo y se dedica a la escritura y la docencia. Ejerció en escuelas de la Piedad y Balvanera. Poco después se trasladó a la campaña y fue maestro en Mercedes, Salto y Chacabuco. A los 16 años de edad dirige una escuela en Chacabuco; dónde, en 1884, conoce al entonces ex presidente (1868 - 1874) Domingo Faustino Sarmiento. Tiempo después es destituido por no poseer un título habilitante para la enseñanza, pero muchos afirman que en realidad fue por sus poemas altamente críticos para con el gobierno. En los pueblos donde ejerció la docencia, también alcanzó notoriedad como periodista polémico y apasionado, poco complaciente con los caudillos locales.
Luego de dejar la enseñanza obtiene un puesto dentro de la Cámara de diputados de la Provincia de Buenos Aires, y más tarde bibliotecario y traductor en la Dirección General de Estadística de dicha provincia. En 1887, se traslada a La Plata e ingresa como periodista en el diario El Pueblo.
En 1894 retoma su actividad docente en una escuela de la localidad de Trenque Lauquen, pero nuevamente es retirado por cuestiones políticas dos años más tarde.
A comienzos del siglo XX participa un poco de la actividad política, pero a causa de su inestabilidad económica y de que es reacio a aceptar un cargo político, ya que criticaba duramente a quienes vivían a expensas de los impuestos de la gente, no lo hace con mucho entusiasmo.
Al final de su vida, el Congreso Nacional Argentino le otorgó una pensión vitalicia para que se pudiera dedicar de lleno a su actividad como poeta. Sin embargo no pudo gozar de ella; el 28 de febrero de 1917 falleció en La Plata (Buenos Aires), a la edad de 63 años.

Jorge L. Borges escribe: "Escritor olvidado con injusticia, hombre que hubiera sido en plena barbarie fundador de una religión, en plena civilización un Butler o un Nietzsche"

LA REVOLUCIÓN

Cuando de su pulmón el sonoro
resollar del titán que batalla;
cuando rompe los aires cerúleos
a enormes rebatos de viejas campanas;
cuando brilla su faz a las rojas
claridades del alma y las llamas;
cuando va deponiendo cabezas
ya rubias y locas, ya graves y calvas:

Habrá siempre malignas y ocultas
filtraciones del hiel en su alma;
habrá siempre dos manos cubiertas
de gruesos diamantes que compren y aplaudan;
habrá siempre chispazos perdidos
que fulminen las trojes humanas;
habrá siempre fanáticos ebrios
que azucen al dogo por pura jactancia...

¡Habrá siempre jamás en tus puertas,
de valioso marfil incrustadas,
tajadura secreta por donde
vislumbre tu siervo verdades amargas!

¡Habrá siempre detrás de tus tronos
un luzbel que les roa las gradas
y un bufón ofendido mostrando
que son deleznables montones de paja!


Por otro lado, Ricardo Iorio, bajista de míticas bandas argentinas de metal (V8, Hermética) crea en 1995 su propia banda nombrándola, en homenaje a Pedro Bonifacio Palacios, ALMAFUERTE.
Esto lo deja claro en la canción Almafuerte del disco ALMAFUERTE de 1998:



De muy pibe me encontré,
con tu estatua una tarde.
Luego de eso, comencé a leer
tu nombre en muchas partes.

Colectivos, comercios, salones.
Bibliotecas Populares.
Calles, barrios, pueblos, bares.
Y sentí en mí de vos saber.

En San Justo escuché,
a mis abuelos nombrarte.
Tuve suerte el día que
a tus escritos llegué.

Masticaste soledad,
por no callar verdades.
Y contra la ignorancia guerreaste,
sin títulos que te respalden.

Esta canción
quiere tu nombre llevarse.
Como se lleva mi voz
para que guarde quien siente.

Fue por querer,
y por si alguno no sabe
que hice mío
tu nombre, Almafuerte.



miércoles, 24 de marzo de 2010

YOKOZUNA

Los hermanos Tranquilino dan (una vez más) muestra de su poderío con este epiléptico vídeo de la rola Ya no queda nada de mi amor que abre de forma magistral su más reciente disco Yokozuna II.
¡A mover la mata y a sacudir el cráneo!

martes, 23 de marzo de 2010

MEGADETH EN MÉXICO

El sábado 17 de Abril, MEGADETH se presentará en el Palacio de los Deportes.

Los boletos se consiguen desde YA en éste sitio.


miércoles, 10 de marzo de 2010

EL CEMENTERIO MISTERIOSO

Este cuento pertenece al libro Catástrofes (Tales of Natural and Unnatural Catastrophes) de Patricia Highsmith.
Catástrofes es un libro lleno, valga la redundancia, de catástrofes con un humor negro delicioso y que, a pesar de ser escrito en 1987, no ha perdido vigencia.
El cementerio misterioso es una excelente muestra:

EL CEMENTERIO MISTERIOSO

En las afueras de la pequeña ciudad de G..., al este de Austria, se extiende un pequeño cementerio, en su mayor parte lleno de restos de gente pobre, sin nada que señale sus sepulturas o, en el mejor de los casos, sólo fragmentos dispersos de lápidas sepulcrales. A pesar de ello, el cementerio se hizo famoso por sus extrañas excrecencias, figurillas bulbosas de color verde azulado y blanco sucio, parecidas a hongos, que de forma sobrenatural brotaban del suelo y alcanzaban, algunas, los dos metros o casi. Otras medían sólo cincuenta centímetros, y había aún más pequeñas, pero todas eran raras, sin igual en la naturaleza, ni siquiera el coral. Después de que varias de las pequeñas se manifestaran por encima de la tierra herbosa y cubierta de barro, el cuidador del cementerio dio parte a una de las enfermeras del Hospital Nacional, que se alzaba al lado. El cementerio se encontraba detrás del edificio de ladrillo rojo del hospital, y no era fácil verlo al acercarse por la única carretera que pasaba por delante del hospital. Una desviación conducía a la puerta principal.

El cuidador, Andreas Silzer, explicó que había derribado un par de esas cosas con su azada y las había echado al estercolero creyendo que se pudrirían, pero no había sido así.
- Es sólo un hongo, pero están saliendo más - dijo Andreas -. He echado fungicida, pero no quiero matar las flores con algo más fuerte.
Andreas cuidaba fielmente los pensamientos, rosales y otras especies plantadas por los parientes de algunos difuntos. De vez en cuando le daban una propina por sus servicios.
La enfermera tardó varios segundos en contestar.
- Se lo diré al doctor Müller. Gracias, Andreas.

La enfermera Susanne Richter no informó a nadie de lo dicho por Andreas. Tenía sus razones, o sus racionalizaciones. La primera, que probablemente Andreas exageraba y sólo había visto unos cuantos hongos grandes en las lápidas, fruto de las últimas y copiosas lluvias; la segunda, que Susanne sabía cuál era su sitio, un buen sitio, y quería conservarlo evitando que la tomasen por una entrometida que se ocupaba de algo que no le incumbía, a saber: el cementerio.

Casi nadie ponía los pies en el oscuro campo detrás del Hospital Nacional, excepto Andreas, que contaría unos sesenta y cinco años y vivía con su esposa en la ciudad. Tres días a la semana cogía la bicicleta para acudir al trabajo. Andreas estaba semirretirado y recibía un estipendio por cuidar el cementerio y el jardín del hospital, además de la pensión que cobraba del estado. Había aproximadamente tres entierros al mes, a los que asistían el cura de la localidad, que pronunciaba unas cuantas palabras, los sepultureros, que esperaban a un lado el momento de rellenar la fosa, y sólo la mitad de las veces, más o menos, algún pariente del difunto. Muchos de los ancianos que fallecían, hombres y mujeres, estaban prácticamente solos en el mundo, o bien sus hijos vivían muy lejos de allí. El Hospital Nacional Número Treinta y Seis era un lugar triste.

No era triste, sin embargo, a ojos de un joven estudiante de medicina de la Universidad de G... llamado Oktavian Ziegler. Tenía veintidós años, y era alto y delgado, pero su energía y su sentido del humor le hacían popular entre las chicas. Además, era un alumno brillante que gozaba del favor de sus maestros. De hecho, Oktavian - se llamaba así porque su padre, que tocaba el oboe, idolatraba la música de Richard Strauss y en otro tiempo había albergado la esperanza de que su hijo llegase a ser compositor - había asistido como invitado a algunos experimentos que médicos del hospital y un par de profesores hacían con enfermos de cáncer incurables. Los experimentos tenían lugar en una sala grande del último piso del hospital, donde había mesas largas, varias pilas con el correspondiente grifo y buena iluminación. Las condiciones sanitarias no eran esenciales, ya que en ese piso los experimentos se hacían con cadáveres, o, en su defecto, con fragmentos de tejido canceroso extraídos de un paciente vivo o de un cadáver antes de enterrarlo en el cementerio. Los doctores trataban de averiguar más cosas sobre las causas y la curación del cáncer, así como por qué crecía después de aparecer. Aquel mismo año científicos norteamericanos hablan descubierto que determinada peculiaridad de un gene era un primer paso hacia el cáncer, pero la temida enfermedad necesitaba un segundo paso para que las células malignas empezaran a formarse. «Agentes cancerígenos» era el término general que se aplicaba a los elementos que, introducidos en conejillos de Indias o en cualquier organismo, podían iniciar el cáncer si el organismo huésped daba, por su naturaleza, el primer paso. Todo eso ya era del dominio público. Los doctores y científicos del Hospital Nacional querían averiguar más cosas, la tasa y la razón del crecimiento, la respuesta del cáncer cuando se inyectaban dosis masivas de agentes cancerígenos en un tejido ya canceroso, experimentos difíciles de llevar a cabo con seres humanos vivos, pero posibles con órganos o tejidos nutridos independientemente por sangre suministrada por medio de una pequeña bomba, pongamos por caso. No había forma de purificar cierta cantidad de sangre como no fuese reciclándola a través de depuradores o añadiéndole constantemente sangre nueva, pero ninguno de los médicos quería llevar a cabo un experimento durante semanas seguidas. Lo que sí observaron los doctores y Oktavian, al examinar una sección cancerosa de hígado (de un paciente muerto), fue que el tejido enfermo, tras administrarle agentes cancerígenos, siguió creciendo incluso después de interrumpir el suministro de sangre y eliminar la que ya se había administrado. Los doctores no juzgaron necesario tratar de averiguar qué tamaño alcanzaría, aunque guardaron un poco para observarlo al microscopio esperanzados en que les proporcionara alguna información nueva. Los restos se eliminaban en el sótano del hospital, donde había un horno de tamaño respetable e independiente del sistema de calefacción usado exclusivamente para quemar vendajes y toda suerte de trapos sucios...

No se hacía lo mismo con los tres o cuatro cadáveres que cada mes se enterraban en el cementerio, sin embalsamar y a veces envueltos en una mortaja en lugar de metidos en un ataúd de madera. Durante los últimos días de algunos pacientes cancerosos, cuando la morfina había dormido sus sentidos y la anestesia local se encargaba del resto, los doctores les inyectaban agentes cancerígenos, con la esperanza de hacer un hallazgo explosivo, como dirían los periodistas, aunque los médicos jamás habrían utilizado semejantes palabras. Y, en efecto, los cánceres crecían y los pacientes incurables morían, no siempre antes de lo debido a consecuencia de los experimentos. Algunos de los tumores agrandados se extirpaban, pero sólo a veces.

Oktavian tenía asignada una tarea considerada servil y apropiada para un estudiante; encargarse de que los «cadáveres de prueba» bajasen en el ascensor antiguo y grande, el de la parte trasera, desde el laboratorio del último piso, para llevarlos al cementerio tras una breve escala en el depósito del sótano para recoger el ataúd o la mortaja. Los dos o tres sepultureros eran trabajadores eventuales que tenían otros empleos. Oktavian les llamaba por teléfono, a veces con poca antelación, y procuraban hacer todo lo posible. Uno de los hombres solía estar algo bebido, pero Oktavian hacía la vista gorda, bromeaba con ellos y se cercioraba de que la sepultura fuese lo suficientemente profunda. A veces tenían que enterrar un cadáver encima o al lado de otro, y otras veces echaban cal en la sepultura. Estas cosas las hacían, por supuesto, en el caso de los difuntos pobres, a cuyo entierro no asistía ningún pariente. Fue durante una de esas inhumaciones, en otoño, cuando Oktavian reparó en las excrecencias redondeadas de que Andreas había hablado a la enfermera unos días antes. Oktavian se fijó en ellas mientras fumaba un cigarrillo, cosa que hacía raras veces, y golpeaba el suelo con los pies para sacudirse el frío. En seguida supo lo que eran y qué las había causado, pero no dijo ni una palabra a los hombres que se afanaban con las palas. Fue a investigar una de ellas (vio por lo menos diez) cerca de él, y como la noche era bastante oscura tropezó con una lápida caída. La cosa era de color blanco tirando a azul, medía unos quince centímetros de altura, el extremo era redondeado y por su mitad corría una especie de circunvolución o pliegue que desaparecía en la tierra. Oktavian se sorprendió, regocijado y ansioso a la vez. En comparación con lo que él y sus superiores habían producido en el laboratorio, las excrecencias eran enormes. ¿Y qué tamaño tendrían bajo tierra para haberse abierto paso hasta la superficie desde casi dos metros de profundidad?

Oktavian volvió con los enterradores y se dio cuenta de que contenía la respiración desde hacía unos momentos. Supuso que las excrecencias que acababa de ver en la oscuridad eran sumamente infecciosas. Estaba casi seguro de ello. En ellas se combinarían los agentes cancerígenos inyectados por los doctores con las células enloquecidas causantes del cáncer en un principio. ¿Qué tamaño adquirirían? ¿Y qué las estaría nutriendo? ¡Aterradoras preguntas! De vez en cuando, como la mayoría de los estudiantes de medicina, Oktavian enviaba a sus amigotes alguna que otra parte de la anatomía humana. Cuando un tipo recibía un regalito de esos por correo, mandado por una estudiante, casi se lo tomaba como muestra de afecto, pero ¿algo como esto? No.

- ¡Vamos a alisarla! - dijo Oktavian a los trabajadores y, dando ejemplo, empezó a pisotear el montículo de tierra que señalaba la nueva sepultura. Paf, paf, paf, los cuatro juntos. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que una curva pálida brotase del suelo?, se preguntó Oktavian.
El joven se guardó su secreto hasta el sábado siguiente, día en que tenía una cita con Marianne, su chica favorita desde hacía cosa de un mes.
Marianne no era ninguna belleza, estudiaba como un demonio, raramente se tomaba tiempo para pintarse los labios y apenas se peinaba el pelo castaño claro cuando salían, pero Oktavian la adoraba por la facilidad con que reía. Después de pasar tantas horas quemándose las cejas ante los libros, cuando los cerraba, Marianne estallaba de gozo y libertad y a Oktavian le gustaba pensar, aunque era demasiado realista para creérselo, que él era el único agente de la transformación obrada en la muchacha.

- Esta noche haremos algo especial - dijo Oktavian al recogerla en el vestíbulo de la residencia. Vio que, siguiendo sus instrucciones, llevaba chanclos. Oktavian tenía una moto de dos plazas.
- ¡No pretenderás hacer una excursión en plena noche!
- ¡Espera!

Oktavian puso la moto en marcha.
Llovía ligeramente y soplaban ráfagas de viento frío. Una noche de perros, pero noche de sábado. Marianne se aferró a la cintura de Oktavian, bajó la cabeza metida en el casco y se echó a reír mientras a toda velocidad se internaban en la campiña.
- ¡Ya hemos llegado! - dijo finalmente él, deteniéndose.
- ¿Al hospital?
- No, al cementerio - susurró Oktavian, cogiéndole una mano -. Ven conmigo.

No le soltó la mano ni un solo momento. Las excrecencias pálidas y fantasmales han crecido, pensó Oktavian. ¿O eran imaginaciones suyas? El asombro dejó a Marianne sin habla. No podía reír. Soltó un respingo, desconcertada. Oktavian le explicó lo que eran esas excrecencias. Llevaba una linterna en el bolsillo. ¡Una de las formas bulbosas tenía casi un metro de altura! Marianne comentó que se parecía bastante a un feto, en esa etapa en que pez y mamífero muestran sus rudimentarias agallas debajo de lo que será la cabeza. Marianne tenía espíritu de artista; a Oktavian quizá nunca se le habría ocurrido un comentario semejante.

- ¿Qué van a hacer? - susurró la chica -, ¿Los doctores no están enterados de esto?
- No lo sé - replicó Oktavian -. Alguien dará parte.
Oktavian intentaba atraerla hacia el centro del campo en tinieblas. Alas allá, a su izquierda, se alzaba el edificio de cinco plantas del hospital, con la mitad de sus ventanas iluminadas, En el último piso había luz.
- ¡Fíjate en esto! - exclamó Oktavian, cuya linterna acababa de chocar con algo.

Era una excrescencia doble, como una pareja de siameses unidos por la cabeza, dos cabezas separadas y dos brazos en los que se veían dedos - no cinco en cada mano, sino algo parecido a unos cuantos dedos - en sus extremos. Un accidente, desde luego, pero rarísimo. Oktavian sonrió torcidamente, pero fue incapaz de reír. Marianne le tiró de la manga.
- Bueno - dijo él -. Te juro que... ¡Me parece que acabo de ver crecer una de ellas!

Marianne anduvo delante de él hasta la motocicleta. Oktavian pensó que era asombroso que ningún médico o ninguna enfermera, al asomarse a una ventana, hubiera visto lo que estaba ocurriendo en el campo. ¡Daba risa pensar que los doctores, los internos y las enfermeras estaban tan ocupados en sus cosas que no disponían de unos segundos para asomarse a una ventana o dar un corto paseo!

Media hora después, cuando Marianne y Oktavian se encontraban sentados en una pequeña posada, comiendo un goulash caliente y picante, mientras el fuego crepitaba alegremente en una chimenea cercana, sí rieron, aunque en espasmos nerviosos.
- ¡...tengo que decírselo a Hans! - dijo Oktavian -. ¡Se va a quedar turulato!
- Y a Marie - Luise. ¡Y a Jakob!
Marianne mostró la sonrisa que reservaba para la noche del sábado.
- Será mejor que organicemos una fiesta. Y pronto. Porque apenas queda tiempo - dijo Oktavian con acento serio.
Marianne supo a qué se refería. Hicieron planes, confeccionaron una lista de elegidos, unos doce. El sábado siguiente podía ser demasiado tarde, quizá el hospital habría descubierto el estado del cementerio y hecho algo al respecto.
- Una fiesta de fantasmas - dijo Marianne -. Nos pondremos sábanas... aunque llueva.

Oktavian no contestó, pues Marianne le conocía lo suficientemente bien como para saber que estaba de acuerdo. Se preguntaba si el agua de lluvia contribuiría al crecimiento de aquellos tumores demenciales. ¿Y el suelo? Después de agotarse la provisión de sangre de los cadáveres, ¿podían los atareados vasos sanguíneos que alimentaban los cánceres empezar a capturar gusanos de tierra y aprovechar su magro contenido de sustancias nutritivas? ¿Se alargarían incluso los capilares intentando alcanzar los cadáveres adyacentes? Cualesquiera que fuesen las respuestas, una cosa estaba clara: la muerte del anfitrión no significaba el fin del cáncer.

Algunos se burlaron, otros se mostraron cínicos e incrédulos cuando Oktavian y Marianne les invitaron verbalmente, de forma discreta, a la Fiesta de Auténticos Fantasmas que se celebraría la noche del martes en el cementerio del Hospital Nacional Número Treinta y Seis. Ven envuelto en una sábana o tráete una y preséntate allí a las doce menos cuarto, fueron las instrucciones.

El martes por la noche de nuevo llovía un poco, aunque no lo había hecho durante los últimos dos o tres días y Oktavian había albergado la esperanza de que el buen tiempo durase. Sin embargo, el Schnürlregen no consiguió ahogar los ánimos de la docena y pico de estudiantes de medicina que llegaron al cementerio con más o menos puntualidad, algunos en bicicleta, ya que habían sido advertidos de que no hicieran ruido. Nadie quería que los del hospital cayeran sobre ellos.

Se oyeron « ¡Oooohs!» apagados y otras exclamaciones cuando los estudiantes envueltos en sábanas exploraron el cementerio, pese a que Oktavian había pedido a todos que guardaran silencio.
- ¡Es un camelo! ¡Pelotas de plástico! ¡Serás...! - le susurró una chica audiblemente a Oktavian.
- ¡No! ¡No! - respondió él, susurrando también.
- ¡Atiza! ¡Dios mío, mirad esto! - exclamó un joven, procurando no levantar la voz.
- ¿Enfermos de cáncer? ¡Santa Madre de Dios, Okky! ¿Qué clase de experimentos estáis haciendo? - dijo un tipo serio cerca de Oktavian.

Figuras envueltas en sábanas daban vueltas por el cementerio, vagando entre las lápidas sepulcrales bajo la noche sin luna, iluminando cuidadosamente el suelo con las linternas de bolsillo para no tropezar y llamar la atención. Oktavian había pensado organizar un ballet circular, un ballet de fantasmas alrededor del cementerio, pero le daba miedo alzar la voz para decirlo y, por otra parte, no era necesario. Empujados por la excitación nerviosa, el miedo, el desconcierto colectivo, los estudiantes iniciaron una danza que al principio no iba en la misma dirección, pero que pronto se organizó espontáneamente en una especie de círculo que se movía en sentido contrario a las agujas del reloj, un círculo que daba traspiés, recobraba el equilibrio, las manos unidas, canturreando, riéndose por lo bajo, las sábanas pálidas y mojadas flotando a impulsos del viento.

Las luces del Hospital Nacional brillaban como siempre. Casi la mitad de las ventanas eran rectángulos de luz, observó Oktavian. Con una mano sujetaba la de Marianne y con la otra la de un compañero.
- ¡Mirad esto! ¡Eh, mirad! - dijo un chico, iluminando con su linterna algo que le llegaba hasta la cadera -. ¡Es de color rosa por debajo! ¡Lo juro!
- ¡Cierra el pico, por lo que más quieras! - le susurró Oktavian.
En ese momento Oktavian observó que un muchacho al otro lado del círculo daba una patada a un bulto pálido y reía.
- ¡Están clavados en el suelo! ¡Son de caucho!
¡Oktavian le habría matado de buena gana! ¡El tipo no se merecía el título de médico!
- ¡Es de verdad, so cretino! - dijo Oktavian -. ¡Y cállate de una vez!
- ¡Sarampión, urracas, gusanos y paperas! - cantaban los estudiantes, moviendo las piernas como si bailaran la conga. El círculo giraba lentamente.

Se oyó un silbato.
- ¡A correr todos! - gritó Oktavian, comprendiendo que algún vigilante del hospital les habla visto u oído, quizá el viejo que casi siempre estaba dormido al dar la medianoche, en el vestíbulo, a unos pasos de la puerta principal. Oktavian y Marianne echaron a correr hacia la motocicleta aparcada junto a la carretera.
Los demás les siguieron, riendo, cayendo, soltando exclamaciones. Algunos habían ido en coche, pero los coches estaban un poco lejos de allí.
- ¡Eh! - Oktavian llamó a un chico y una chica que corrían cerca de él -. ¡Ni pío sobre todo esto! ¡Decidlo a los demás!
Se dispersaron, guardando silencio, un silencio sorprendente de tan perfecto, las sábanas dobladas, como un ejército bien adiestrado. Oktavian empujó la moto varios metros antes de poner el motor en marcha. Detrás de ellos unas figuras con linternas se movían despacio, gente del hospital, investigando los lindes del cementerio.

Durante los días siguientes Oktavian se dejó ver poco. Tenía mucho trabajo en la universidad, y lo mismo les ocurría a los otros. Pero echaron un vistazo al G... Anzeiger, el periódico de la ciudad. No decía ni una palabra sobre ningún «incidente» o «gamberros» en el cementerio del Hospital Nacional; Oktavian ya había previsto ese silencio: las autoridades no podían permitir que se supiera que alguien había pisoteado las sepulturas o derribado un par de macetas, porque, de haberlo permitido, los parientes de algunos difuntos habrían ido al cementerio para arreglar los desperfectos y se habrían quejado de lo descuidado que estaba el camposanto; por otra parte, los del hospital no querrían que la gente se enterase de la existencia de las extrañas excrecencias, ya lo bastante numerosas como para llamar la atención de cualquiera. Oktavian pensó que los del hospital debían de estar alarmadísimos.

El jueves por la noche Oktavian se presentó en el Hospital Nacional a las nueve, como de costumbre, para trabajar con los doctores en el último piso. Al aparcar la moto había mirado furtivamente hacia el cementerio. Estaba tan oscuro como siempre pero, pese a ello, había podido ver los pálidos globos, seis o siete, quizá los mismos de antes. Al llegar arriba, notó un cambio en el ambiente. El doctor Stefan Roeg, el más joven de todos y el doctor con quien mejor se llevaba Oktavian, le dijo «hola» y «buenas noches» casi sin pausa entre las dos cosas. Llevaba chanclos y un paraguas en la mano, aunque no llovía, y saltaba a la vista que había ido a recogerlos. El anciano profesor Braun, cuya cabeza estaba en las nubes y era calva a excepción de unos largos mechones grises sobre las orejas, fue la única persona de las siete allí presentes que se comportó como de costumbre. Se mostró dispuesto a hablar de los «progresos» hechos por unos trocitos de tejido colocados debajo de unas campanas de cristal desde la semana anterior. Oktavian pudo ver que los demás lo dejaban correr. En sus caras se pintaron sonrisas corteses al despedirse del profesor Braun.

- Es peligroso - dijo apresuradamente uno de los doctores al profesor Braun, antes de irse.
Oktavian también se las ingenió para escabullirse. ¿El viejo profesor Braun se quedaría trabajando hasta después de la medianoche, completamente solo? Oktavian y los doctores bajaron en silencio los cinco tramos de escalera. Oktavian supuso que lo más prudente era no hacer preguntas. Todos conocían un secreto espantoso. Los doctores le estaban tratando, a él, un simple estudiante, como a un igual. ¿Tendrían los doctores un plan de acción? ¿O se limitarían a mantener la boca cerrada?

De un modo u otro, la noticia trascendió. Unos cuantos ciudadanos curiosos fueron a contemplar el cementerio desde cierta distancia. Oktavian los vio cuando hizo una rápida visita con su moto. Había tres o cuatro personas que no se atrevían a entrar en el recinto y desde sus lindes contemplaban aquellas excrecencias que, bajo la luz del crepúsculo, parecían globos atados. Eran fantasmas; malos espíritus de criminales y víctimas de horribles enfermedades enterrados allí; eran el extraño resultado de la lluvia radiactiva procedente de las pruebas nucleares; eran la consecuencia de las condiciones antihigiénicas imperantes en el Hospital Nacional, que, como todo el mundo sabía, no era el más moderno de la nación. Marianne informo a Oktavian de algunas de estas conjeturas; las había oído de boca de las asistentas de su residencia que ni siquiera habían visto el cementerio.

El G... Anzeiger dio cuenta de la muerte de Andreas Silzer en una escueta nota. «Fiel cuidador del jardín del Hospital Nacional.» Había muerto de «tumores metastásicos». Oktavian pensó que el pobre Andreas había estado expuesto durante meses a las excrecencias del cementerio. ¿Acaso las autoridades no pensaban limpiar nunca aquel sitio?
Un sábado, al caer la tarde, Oktavian y Marianne subieron hasta el hospital y vieron dos enormes camiones en el aparcamiento. En el cementerio, un par de linternas daban algo de luz y unas figuras se movían de un lado para otro. Acercándose, pudieron ver que las figuras llevaban mascarillas quirúrgicas y uniformes grises, y empuñaban picos y palas con las manos enguantadas.
- ¡Basureros! - susurró Marianne -. ¡Mira! ¡Están metiendo esas cosas en grandes bolsas de plástico!
Oktavian observó.
- ¿Qué harán luego con las bolsas? - dijo, casi hablando consigo mismo -. Anda. Vámonos de aquí.

Al cabo de sólo dos días, uno de los basureros sufrió un ataque. Su esposa se negó a que lo trasladasen al Hospital Nacional, y dijo que se había puesto enfermo trabajando en el cementerio. Sus palabras levantaron la tapadera, toda vez que fueron publicadas en el Anzeiger. A continuación, los demás «trabajadores de saneamiento» comenzaron a quejarse de náuseas y debilidad. El cementerio y unos cuantos metros alrededor fueron aislados con una pesada valla de alambre en la que había indicaciones de «peligro de muerte». Una amplia puerta en la valla permitió que entrase un bulldozer que levantó todo el terreno. Trabajadores enfundados de pies a cabeza en trajes aislantes regaron el suelo con toda suerte de desinfectantes. El Hospital Nacional fue evacuado, y hasta el edifico propiamente dicho fue lavado y desinfectado. El Anzeiger informó que un hongo desconocido había atacado el cementerio, y que, hasta que las autoridades médicas averiguasen más cosas sobre él, se consideraba aconsejable cerrar el recinto al público.

Mas las excrecencias seguían apareciendo, curvas pequeñas y bajas, al principio, por toda la superficie revuelta del cementerio. Luego el crecimiento se hizo más rápido, como surgido de la nada: un metro, dos metros en una quincena. Llegaron artistas y se pusieron a dibujar, sentados en taburetes plegables. Otras personas tomaron fotografías, y las más prudentes se mantuvieron a distancia observando mediante prismáticos. Se decía que habían extraído la tierra del cementerio hasta dos e incluso tres metros de profundidad. Pero ¿dónde la depositarían las autoridades? Varias semanas antes la Sociedad por la Conservación del Mar había conseguido que se aprobasen unas leyes: la tierra del cementerio del Hospital Nacional Treinta y Seis de G... no debía verterse en el océano ni en el mar. Los agricultores y los ecologistas del país protestaron cuando se habló de enterrar la tierra del cementerio en sus campos o en terrenos municipales, a la profundidad que fuese. Los guardias fronterizos de las naciones limítrofes examinaban con especial minuciosidad la carga de los camiones que salían del país, no fuera que, disimulados entre la mercancía, transportaran escombros del cementerio.

En vista de todo ello, se optó por la incineración. Aumentaron hasta alturas absurdas las primas por trabajos peligrosos para los hombres que manejaban las grúas cargando la tierra en contenedores luego remolcados hasta la puerta trasera del hospital, la misma que tantos cadáveres habían cruzado en dirección contraria. El viejo y voluminoso horno de calefacción y el horno para quemar desechos entraron de nuevo en servicio; eran las únicas cosas del edificio que funcionaban. Las cenizas quedaban reducidas a un tamaño menor que el de la tierra, negras y gris oscuro, pero los trabajadores las manipulaban con parecida precaución. ¿Había que arrojarlas al mar? No, eso también estaba prohibido. En realidad, nada podía hacerse con las cenizas salvo meterlas en pesados sacos de plástico y por el momento almacenarlas en el depósito de cadáveres del sótano y en la planta baja del edificio.

Y seguían apareciendo excrecencias, como si cientos de esporas se hubiesen esparcido por doquier a causa de tanto talar y excavar, pero eso no era más que un pensamiento poético, reflexionó Oktavian, porque los tumores no nacían de esporas. Con todo, ¡asombraba ver cuan fértil era la tierra del cementerio! Pero Oktavian se olvidó del Hospital Nacional a causa de los exámenes finales. A Marianne todavía le quedaba un año para terminar; luego pensaban casarse.

A pesar de la ruidosa desaprobación oficial, contrarrestada por los vítores de la izquierda radical de las artes, los escultores empezaron a incluir en sus exposiciones obras inspiradas en las formas vistas y dibujadas en el cementerio del Hospital Nacional Número Treinta y Seis. Las esculturas no eran desagradables y se componían de numerosas curvas parecidas a nalgas o senos, según como a uno le diera por interpretarlas. Algunas fueron premiadas. Una, casi abstracta, hacía pensar en una mujer regordeta con una de esas pelotas que es frecuente ver en las playas; otra, de una figura sentada, llevaba por título «Maternidad».

El terreno del cementerio, aunque ahora era más bajo, continuaba vomitando sus extraños frutos. Trabajadores equipados con mascarillas y guantes - principalmente jubilados - los cortaban por la base a golpes de azada, como si estuvieran en el jardín de su casa, tratando de arrancar malas hierbas empecinadas. Las raíces de algunas excrecencias eran tan profundas, que los trabajadores sugirieron excavar y volver a quemar el cementerio. Las autoridades municipales estaban hartas. Ya se habían gastado millones de schillings. Decidieron limitarse a vallar toda la zona y procurar olvidar el asunto. La carretera que pasaba por delante del hospital vacío no iba a ninguna parte; sólo subía hasta las montañas y allí se convertía en un camino utilizado principalmente por excursionistas. La gente se olvidaría del cementerio. La prensa ya había dejado de hablar de él. Se sabía que en el Hospital Nacional unos doctores habían hecho experimentos relacionados con el cáncer, pero la culpa de las condiciones reinantes en el cementerio se repartía entre tantas personas, que no se imputó la responsabilidad a ningún médico o administrador del hospital.

Pero las autoridades se equivocaron al pensar que el cementerio caería en el olvido. Se convirtió en una atracción turística, superando, con mucho, la popularidad de la Geburtshaus de un poeta de segunda fila en G... Las postales del cementerio se vendían como rosquillas. Llegaron artistas de muchos países, también científicos (aunque las pruebas hechas con especímenes sacados del cementerio no dieron más información sobre las causas y las curas del cáncer). Artistas y críticos de arte comentaron que las formas de la naturaleza, tal como se manifestaban en las excrecencias del cementerio, superaban en ingenio a las de los cristales y la estética obligaba a no despreciarlas. Algunos filósofos y poetas compararon las grotescas formas con la destrucción del alma humana por el propio hombre, con una manipulación chapucera y demencial de la naturaleza, igual que la que había dado por resultado la maldita bomba atómica. Otros filósofos respondieron: « ¿Acaso el cáncer no es natural en el hombre?»

Oktavian le comentó a Marianne que semejante pregunta podía hacerse sin correr ningún peligro, pues la respuesta podía ser sí o no, o bien sí o no según a quien se diera, y las discusiones en torno a ello podrían prolongarse eternamente.




Patricia Highsmith (1921-1995) era un escritora texana especialmente famosa por sus obras de suspense. Hitchcock llevó a la pantalla grande su novela Strangers on a train, cuyo guión lo realizó Raymond Chandler. También ha sido llevada al cine, en diferentes ocasiones, su saga de el Señor Ripley.

martes, 9 de marzo de 2010

RAZZIE

Estos fueron los "ganadores":


WORST PICTURE
Transformers: Revenge of The Fallen (Dreamworks/Paramount)

WORST ACTOR
All three Jonas brothers – Jonas Brothers: The 3-D Concert Experience

WORST ACTRESS
Sandra Bullock – All About Steve

WORST SUPPORTING ACTOR
Billy Ray Cyrus – Hannah Montana: The Movie

WORST SUPPORTING ACTRESS
Sienna Miller – “G.I. Joe”

WORST REMAKE, RIP-OFF OR SEQUEL
Land of the Lost

WORST SCREEN COUPLE
Sandra Bullock & Bradley Cooper – All About Steve

WORST DIRECTOR
Michael Bay – Transformers: Revenge of The Fallen

WORST SCREENPLAY
Transformers: Revenge of The Fallen – Written by Ehren Kruger & Roberto Orci & Alex Kurtzman; based on Hasbro’s Transformers Action Figures

SPECIAL 30TH RAZZIE-VERSARY AWARDS

WORST PICTURE OF THE DECADE
Battlefield Earth (2000)

WORST ACTOR OF THE DECADE
Eddie Murphy

WORST ACTRESS OF THE DECADE
Paris Hilton


Es la primera vez que el mismo año se gana el Razzie a la peor actriz y el Oscar a la mejor actriz. Por supuesto, me refiero a Sandra Bullock.
No puedo creer que New Moon no se llevara ninguno...

lunes, 8 de marzo de 2010

OSCAR

Otra inconsistente entrega del premio Oscar. Por un lado premia a lo mejor y por el otro a lo que más le conviene. Año con año nos hemos dado cuenta que los premios van encaminados a "favorecer" a un grupo en específico. Hemos sido testigos de las ceremonias pro-latinas, pro-afroamericanas, pro-gays... y en esta ocasión pro-feminista. Específicamente por los absurdos premios a la Sra. Bigelow a mejor dirección y mejor película con su The hurt locker (Zona de miedo)

No se trata de hacer menos a nadie, pero tampoco de favorecer. Cuando una película es buena, no importa el sexo o la raza del director. La mayoría de las críticas tachaban a Hollywood de machista y que por eso no ganaría Bigelow. Pero esta actitud de condescendencia alimenta al machismo. Desde que vimos a Bárbara Streisand lista para entregar el premio a mejor dirección, sabíamos por dónde venía el asunto. Hasta ella misma remarcó que sería la primera ocasión que una mujer ganara el Oscar.

¿Mejor guión original? ¡Por favor! Ese debió haber sido de Tarantino (Inglorious basterds)

Pero no todo fue malo. Avatar sólo se llevó tres premios. Jeff Bridges ganó como mejor actor. Christoph Waltz fue el mejor actor de reparto. Ganó la canción de Loco corazón. Y The cove se llevó el de mejor documental.

Steve Martin y Alec Baldwin estuvieron muy bien, aunque con pocas intervenciones. (Su versión de Paranormal activity estuvo genial)

En fin, una desabrida entrega más del Oscar.

Lista de ganadores (en orden de entrega):

- Actor de reparto: Christoph Waltz por (“Bastardos sin gloria”)

- Largometraje animado: “Up”

- Canción original: “The Weary Kind de “Crazy Heart”, escrita por Ryan Bingham y T Bone Burnett

- Guión original: Mark Boal (“The Hurt Locker”)

- Cortometraje animado: “Logorama”

- Cortometraje documental: “Music by Prudence”

- Cortometraje: “The New Tenants”

- Maquillaje: “Star Trek”

- Guión adaptado: Geoffrey Fletcher (“Precious”)

- Actriz de reparto: Mo’Nique (“Precious”)

- Dirección de arte: “Avatar”

- Vestuario: Sandy Powell (“The Young Victoria”)

- Edición de sonido: Paul N.J. Ottosson (“The Hurt Locker”)

- Mezcla de sonido: Ray Beckett y Paul N.J. Ottosson (“The Hurt Locker”)

- Fotografía: Mauro Fiore (“Avatar”)

- Música original: Michael Giacchino (“Up”)

- Efectos visuales: “Avatar”

- Largometraje documental: “The Cove”

- Edición: Chris Innis y Bob Murawski (“The Hurt Locker”)

- Película extranjera: “El secreto de sus ojos” (Argentina) v

- Mejor Actor: Jeff Bridges (“Crazy Heart”)

- Mejor Actriz: Sandra Bullock (“The Blind Side”)

- Mejor Director: Kathryn Bigelow (“The Hurt Locker”)

- Mejor película: “The Hurt Locker”

sábado, 6 de marzo de 2010

ALICIA

Llegó el día en que veríamos a la Alicia de Tim Burton. También, llegó el día en que detractores y escépticos cambiarían de opinión, pues resultó ser una gran película.

¿Cómo hacerle para incluir elementos de los dos libros de Lewis Carroll (Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo) respetando la versión animada clásica de Disney?

Por que hubiera sido más fácil empezar de cero. Pero Burton no quiso eso. Pensó en todos aquellos que la vimos y quiso hacer algo diferente, algo que nos sorprendiera. A pesar de que la versión animada resultó ser una mala adaptación, se volvió referente cultural. Teníamos bien identificados a los personajes. Sin embargo, en esta versión de Burton, los personajes son mucho más ricos y nos hará olvidar rápidamente a los antiguos.

El éxito de la película es, además de los efectos especiales, las actuaciones, la fotografía, la música, el excelente guión. Pues, como se vio en Avatar, de nada sirve tener grandes efectos especiales si no se sabe contar una historia. El guión de Alicia reúne elementos de ambos libros de Carroll y plantea que lo sucedido en la versión animada si pasó. De esta forma no se superponen y la historia se ve enriquecida con nuevos detalles y personajes.

Básicamente la historia gira en torno al poema de Jabberwocky perteneciente a Alicia a través del espejo (1872):

`Twas brillig, and the slithy toves
Did gyre and gimble in the wabe:
All mimsy were the borogoves,
And the mome raths outgrabe.

"Beware the Jabberwock, my son!
The jaws that bite, the claws that catch!
Beware the Jubjub bird, and shun
The frumious Bandersnatch!"

He took his vorpal sword in hand:
Long time the manxome foe he sought --
So rested he by the Tumtum tree,
And stood awhile in thought.

And, as in uffish thought he stood,
The Jabberwock, with eyes of flame,
Came whiffling through the tulgey wood,
And burbled as it came!

One, two! One, two! And through and through
The vorpal blade went snicker-snack!
He left it dead, and with its head
He went galumphing back.

"And, has thou slain the Jabberwock?
Come to my arms, my beamish boy!
O frabjous day! Callooh! Callay!'
He chortled in his joy.

`Twas brillig, and the slithy toves
Did gyre and gimble in the wabe;
All mimsy were the borogoves,
And the mome raths outgrabe.

Muchas palabras son inventadas. He aquí una ligera (y probable) explicación:

Bandersnatch – Una criatura de movimientos rápidos, con mandíbulas como pinzas; capaz de extender el cuello
Borogove (o Zarrapastrojones) – un pájaro delgado con sus plumas erizadas alrededor, como plumero
Brillig (o Asadura) – Las cuatro en punto, por la tarde. Es la hora a la que se comienza a asar (broil) los ingredientes de la cena
Burbled – Hacer ruido de burbujeo
Chortled (o - Posiblemente es una mezcla de chuckle y snort (risoteo y resoplido)
Frabjous - Probablemente una combinación de fair, fabulous, y joyous (bello, fabuloso y gozoso)
Frumious – Combinación de fuming y furious (humeante y furioso)
Galumphing - Probable mezcla de gallop y triumphant (galope y triunfante)
Gyre – Girar como giroscopio
Jubjub – Un pájaro desesperado, que vive en pasión perpetua
Mimsy (o Endeberable) – Combinación de miserable y flimsy (miserable y débil)
Toves – Un animal, combinación de tejón, lagarto y sacacorchos, los cuales viven de comer queso.
Vorpal - Se supone que significa "mortal", o "extremadamente filosa"; o tal vez la palabra implica que la espada tiene propiedades mágicas.

Mia Wasikowska (Alicia) le da frescura al personaje. Los actores fetiche de Burton (Jhonny Depp y Helena Bonham Carter) se lucen. Depp le da profundidad al Sombrerero Loco, ya no tiene ese tono bufonesco de la versión animada. Pero Helena se lleva la película. Su personaje de la Reina Roja (de corazones) es alucinante.

Y todos los demás personajes, algunos que vimos en la versión animada (pero mejor diseñados) y otros nuevos, enriquecen la historia y se vuelven entrañables.

Como mi deseo es no arruinarles la película, aquí terminaré.
Vayan a verla. La versión en 3-D es increíble. Y pongan mucha atención, porque cada escena está llena de detalles. Te la pasarás señalando la pantalla y comentando con el de al lado.

En este libro vienen los dos cuentos en los que se basa la película. Es muy barato ($50)

Y aquí el trailer:

viernes, 5 de marzo de 2010

ARTE FANTÁSTICO - TRAVIS LOUIE

Travis Louie es un artista norteamericano. Nació En Queens, New York (muy cerca de la World´s Fair) en 1964. Pasó su niñez viendo películas de ciencia ficción y de horror.

Las películas de género, la fascinación por la rareza humana, los antiguos actos de magia Vaudeville, y los retratos victorianos han sido pieza clave en su trabajo.














Las obras vienen incluidas en este libro.

Para saber más de este artista fantástico, denle aquí.

jueves, 4 de marzo de 2010

miércoles, 3 de marzo de 2010

TRIPAS

Chuck Palahniuk es un escritor de Portland, Oregon que se hizo famoso por que dos de sus novelas (El club de la pelea y Asfixia) fueron llevadas al cine.
El siguiente cuento, Tripas, pertenece a FANTASMAS, un libro de poemas y relatos del 2005. En México se puede encontrar en la editorial DEBOLSILLO.
Aunque propiamente no es un cuento de terror, es realmente terrorífico; sobre todo si eres hombre. Tomen aire:



TRIPAS


Tomen aire.

Tomen tanto aire como puedan. Esta historia debería durar el tiempo que logren retener el aliento, y después un poco más. Así que escuchen tan rápido como les sea posible.

Cuando tenía trece años, un amigo mío escuchó hablar del “pegging”. Esto es cuando a un tipo le meten un pito por el culo. Si se estimula la próstata lo suficientemente fuerte, el rumor dice que se logran explosivos orgasmos sin manos. A esa edad, este amigo es un pequeño maníaco sexual. Siempre está buscando una manera mejor de estar al palo. Se va a comprar una zanahoria y un poco de jalea para llevar a cabo una pequeña investigación personal. Después se imagina cómo se va a ver la situación en la caja del supermercado, la zanahoria solitaria y la jalea moviéndose sobre la cinta de goma. Todos los empleados en fila, observando. Todos viendo la gran noche que ha planeado.

Entonces mi amigo compra leche y huevos y azúcar y una zanahoria, todos los ingredientes para una tarta de zanahorias. Y vaselina.

Como si se fuera a casa a meterse una tarta de zanahorias por el culo.

En casa, talla la zanahoria hasta convertirla en una contundente herramienta. La unta con grasa y se la mete en el culo. Entonces, nada. Ningún orgasmo. Nada pasa, salvo que duele.

Entonces la madre del chico grita que es hora de la cena. Le dice que baje inmediatamente.

El se saca la zanahoria y entierra esa cosa resbaladiza y mugrienta entre la ropa sucia debajo de su cama.

Después de la cena va a buscar la zanahoria, pero ya no está allí. Mientras cenaba, su madre juntó toda la ropa sucia para lavarla. De ninguna manera podía encontrar la zanahoria, cuidadosamente tallada con un cuchillo de su cocina, todavía brillante de lubricante y apestosa.

Mi amigo espera meses bajo una nube oscura, esperando que sus padres lo confronten. Y nunca lo hacen. Nunca. Incluso ahora, que ha crecido, esa zanahoria invisible cuelga sobre cada cena de Navidad, cada fiesta de cumpleaños. Cada búsqueda de huevos de Pascua con sus hijos, los nietos de sus padres, esa zanahoria fantasma se cierne sobre ellos. Ese algo demasiado espantoso para ser nombrado.

Los franceses tienen una frase: “ingenio de escalera”. En francés, esprit de l’escalier. Se refiere a ese momento en que uno encuentra la respuesta, pero es demasiado tarde. Digamos que usted está en una fiesta y alguien lo insulta. Bajo presión, con todos mirando, usted dice algo tonto. Pero cuando se va de la fiesta, cuando baja la escalera, entonces, la magia. A usted se le ocurre la frase perfecta que debería haber dicho. La perfecta réplica humillante. Ese es el espíritu de la escalera.

El problema es que los franceses no tienen una definición para las cosas estúpidas que uno realmente dice cuando está bajo presión. Esas cosas estúpidas y desesperadas que uno en verdad piensa o hace.

Algunas bajezas no tienen nombre. De algunas bajezas ni siquiera se puede hablar.

Mirando atrás, muchos psiquiatras expertos en jóvenes y psicopedagogos ahora dicen que el último pico en la ola de suicidios adolescentes era de chicos que trataban de asfixiarse mientras se masturbaban. Sus padres los encontraban, una toalla alrededor del cuello, atada al ropero de la habitación, el chico muerto. Esperma por todas partes. Por supuesto, los padres limpiaban todo. Le ponían pantalones al chico. Hacían que se viera... mejor. Intencional, al menos. Un típico triste suicidio adolescente.

Otro amigo mío, un chico de la escuela con su hermano mayor en la Marina, contaba que los tipos en Medio Oriente se masturban distinto a como lo hacemos nosotros. Su hermano estaba estacionado en un país de camellos donde los mercados públicos venden lo que podrían ser elegantes cortapapeles. Cada herramienta es una delgada vara de plata lustrada o latón, quizá tan larga como una mano, con una gran punta, a veces una gran bola de metal o el tipo de mango refinado que se puede encontrar en una espada. Este hermano en la Marina decía que los árabes se ponen al palo y después se insertan esta vara de metal dentro de todo el largo de su erección. Y se masturban con la vara adentro, y eso hace que masturbarse sea mucho mejor. Más intenso.

Es el tipo de hermano mayor que viaja por el mundo y manda a casa dichos franceses, dichos rusos, útiles sugerencias para masturbarse. Después de esto, un día el hermano menor falta a la escuela. Esa noche llama para pedirme que le lleve los deberes de las próximas semanas. Porque está en el hospital.

Tiene que compartir la habitación con viejos que se atienden por sus tripas. Dice que todos tienen que compartir la misma televisión. Su única privacidad es una cortina. Sus padres no lo visitan. Por teléfono, dice que sus padres ahora mismo podrían matar al hermano mayor que está en la Marina.

También dice que el día anterior estaba un poco drogado. En casa, en su habitación, estaba tirado en la cama, con una vela encendida y hojeando revistas porno, preparado para masturbarse. Todo esto después de escuchar la historia del hermano en la Marina. Esa referencia útil acerca de cómo se masturban los árabes. El chico mira alrededor para encontrar algo que podría ayudarlo. Un bolígrafo es demasiado grande. Un lápiz, demasiado grande y duro. Pero cuando la punta de la vela gotea, se logra una delgada y suave arista de cera. La frota y la moldea entre las palmas de sus manos. Larga y suave y delgada.

Drogado y caliente, se la introduce dentro, más y más profundo en la uretra. Con un gran resto de cera todavía asomándose, se pone a trabajar.

Aun ahora, dice que los árabes son muy astutos. Que reinventaron por completo la masturbación. Acostado en la cama, la cosa se pone tan buena que el chico no puede controlar el camino de la cera. Está a punto de lograrlo cuando la cera ya no se asoma fuera de su erección.

La delgada vara de cera se ha quedado dentro. Por completo. Tan adentro que no puede sentir su presencia en la uretra.

Desde abajo, su madre grita que es hora de la cena. Dice que tiene que bajar de inmediato. El chico de la cera y el chico de la zanahoria son personas diferentes, pero tienen vidas muy parecidas.

Después de la cena, al chico le empiezan a doler las tripas. Es cera, así que se imagina que se derretirá adentro y la meará. Ahora le duele la espalda. Los riñones. No puede pararse derecho.

El chico está hablando por teléfono desde su cama de hospital, y de fondo se pueden escuchar campanadas y gente gritando. Programas de juegos en televisión.

Las radiografías muestran la verdad, algo largo y delgado, doblado dentro de su vejiga. Esta larga y delgada V dentro suyo está almacenando todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y dura, cubierta con cristales de calcio, golpea y desgarra las suaves paredes de su vejiga, obturando la salida de su orina. Sus riñones están trabados. Lo poco que gotea de su pene está rojo de sangre.

El chico y sus padres, toda la familia mirando las radiografías con el médico y las enfermeras parados allí, la gran V de cera brillando para que todos la vean: tiene que decir la verdad. La forma en que se masturban los árabes. Lo que le escribió su hermano en la Marina. En el teléfono, ahora, se pone a llorar.

Pagaron la operación de vejiga con el dinero ahorrado para la universidad. Un error estúpido, y ahora jamás será abogado. Meterse cosas adentro. Meterse dentro de cosas. Una vela en la pija o la cabeza en una horca, sabíamos que serían problemas grandes.

A lo que me metió en problemas a mí lo llamo “Bucear por perlas”. Esto significaba masturbarse bajo el agua, sentado en el fondo de la profunda piscina de mis padres. Respiraba hondo, con una patada me iba al fondo y me deshacía de mis shorts. Me quedaba sentado en el fondo dos, tres, cuatro minutos.

Sólo por masturbarme tenía una gran capacidad pulmonar. Si hubiera tenido una casa para mí solo, lo habría hecho durante tardes enteras.

Cuando finalmente terminaba de bombear, el esperma colgaba sobre mí en grandes gordos globos lechosos.

Después había más buceo, para recolectarla y limpiar cada resto con una toalla. Por eso se llamaba “bucear por perlas”. Aun con el cloro, me preocupaba mi hermana. O, por Dios, mi madre.

Ese solía ser mi mayor miedo en el mundo: que mi hermana adolescente virgen pensara que estaba engordando y diera a luz a un bebé de dos cabezas retardado. Las dos cabezas me mirarían a mí. A mí, el padre y el tío. Pero al final, lo que te preocupa nunca es lo que te atrapa.

La mejor parte de bucear por perlas era el tubo para el filtro de la pileta y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse allí.

Como dicen los franceses, ¿a quién no le gusta que le chupen el culo? De todos modos, en un minuto se pasa de ser un chico masturbándose a un chico que nunca será abogado.

En un minuto estoy acomodado en el fondo de la piscina, y el cielo ondula, celeste, através de un metro y medio de agua sobre mi cabeza. El mundo está silencioso salvo por el latido del corazón en mis oídos. Los shorts amarillos están alrededor de mi cuello por seguridad, por si aparece un amigo, un vecino o cualquiera preguntando por qué falté al entrenamiento de fútbol. Siento la continua chupada del tubo de la pileta, y estoy meneando mi culo blanco y flaco sobre esa sensación. Tengo aire suficiente y la pija en la mano. Mis padres se fueron a trabajar y mi hermana tiene clase de ballet. Se supone que no habrá nadie en casa durante horas.

Mi mano me lleva casi al punto de acabar, y paro. Nado hacia la superficie para tomar aire. Vuelvo a bajar y me siento en el fondo. Hago esto una y otra vez.

Debe ser por esto que las chicas quieren sentarse sobre tu cara. La succión es como una descarga que nunca se detiene. Con la pija dura, mientras me chupan el culo, no necesito aire. El corazón late en los oídos, me quedo abajo hasta que brillantes estrellas de luz se deslizan alrededor de mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de las rodillas rozando fuerte el fondo de concreto. Los dedos de los pies se vuelven azules, los dedos de los pies y las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.

Y después dejo que suceda. Los grandes globos blancos se sueltan. Las perlas. Entonces necesito aire. Pero cuando intento dar una patada para elevarme, no puedo. No puedo sacar los pies. Mi culo está atrapado.

Los paramédicos de emergencias dirán que cada año cerca de 150 personas se quedan atascadas de este modo, chupadas por la bomba de circulación. Queda atrapado el pelo largo, o el culo, y se ahoga. Cada año, cantidad de gente se ahoga. La mayoría en Florida.

Sólo que la gente no habla del tema. Ni siquiera los franceses hablan acerca de todo. Con una rodilla arriba y un pie debajo de mi cuerpo, logro medio incorporarme cuando siento el tirón en mi culo. Con el pie pateo el fondo. Me estoy liberando pero al no tocar el concreto tampoco llego al aire. Todavía pateando bajo el agua, revoleando los brazos, estoy a medio camino de la superficie pero no llego más arriba. Los latidos en mi cabeza son fuertes y rápidos.

Con chispas de luz brillante cruzando ante mis ojos me doy vuelta para mirar... pero no tiene sentido. Esta soga gruesa, una especie de serpiente azul blancuzca trenzada con venas, ha salido del desagüe y está agarrada a mi culo. Algunas de las venas gotean rojo, sangre roja que parece negra bajo el agua y se desprende de pequeños rasguños en la pálida piel de la serpiente. La sangre se disemina, desaparece en el agua, y bajo la piel delgada azul blancuzca de la serpiente se pueden ver restos de una comida a medio digerir.

Esa es la única forma en que tiene sentido. Algún horrible monstruo marino, una serpiente del mar, algo que nunca vio la luz del día, se ha estado escondido en el oscuro fondo del desagüe de la pileta, y quiere comerme.

Así que la pateo, pateo su piel resbalosa y gomosa y llena de venas, pero cada vez sale más del desagüe. Ahora quizá sea tan larga como mi pierna, pero aún me retiene el culo. Con otra patada estoy a unos dos centímetros de lograr tomar aire. Todavía sintiendo que la serpiente tira de mi culo, estoy a un centímetro de escapar.

Dentro de la serpiente se pueden ver granos de maíz y maníes. Se puede ver una brillante bola anaranjada. Es la vitamina para caballos que mi padre me hace tomar para que gane peso. Para que consiga una beca gracias al fútbol. Con hierro extra y ácidos grasos omega tres. Ver esa pastilla me salva la vida.

No es una serpiente. Es mi largo intestino, mi colon, arrancado de mi cuerpo. Lo que los doctores llaman prolapso. Mis tripas chupadas por el desagüe.

Los paramédicos dirán que una bomba de agua de piscina larga 360 litros de agua por minuto. Eso son unos 200 kilos de presión. El gran problema es que por dentro estamos interconectados. Nuestro culo es sólo la parte final de nuestra boca. Si me suelto, la bomba sigue trabajando, desenredando mis entrañas hasta llegar a mi boca. Imaginen cagar 200 kilos de mierda y podrán apreciar cómo eso puede destrozarte.

Lo que puedo decir es que las entrañas no sienten mucho dolor. No de la misma manera que duele la piel. Los doctores llaman materia fecal a lo que uno digiere. Más arriba es chyme, bolsones de una mugre delgada y corrediza decorada con maíz, maníes y arvejas.

Eso es la sopa de sangre y maíz, mierda y esperma y maníes que flota a mi alrededor. Aún con mis tripas saliendo del culo, conmigo sosteniendo lo que queda, aún entonces mi prioridad era volver a ponerme el short. Dios no permita que mis padres me vean la pija.

Una de mis manos está apretada en un puño alrededor de mi culo, la otra arranca el short amarillo del cuello. Pero ponérmelos es imposible.

Si quieren saber cómo se sienten los intestinos, compren uno de esos condones de piel de cabra. Saquen y desenrrollen uno. Llénenlo con mantequilla de maní, cúbranlo con lubricante y sosténganlo bajo el agua. Después traten de rasgarlo. Traten de abrirlo en dos. Es demasiado duro y gomoso. Es tan resbaladizo que no se puede sostener. Un condón de piel de cabra, eso es un intestino común.

Ven contra lo que estoy luchando.

Si me dejo ir por un segundo, me destripo.

Si nado hacia la superficie para buscar una bocanada de aire, me destripo.

Si no nado, me ahogo.

Es una decisión entre morir ya mismo o dentro de un minuto. Lo que mis padres encontrarán cuando vuelvan del trabajo es un gran feto desnudo, acurrucado sobre sí mismo. Flotando en el agua sucia de la piscina del patio. Sostenido por atrás por una gruesa cuerda de venas y tripas retorcidas. El opuesto de un adolescente que se ahorca cuando se masturba. Este es el bebé que trajeron del hospital trece años atrás. Este es el chico para el que deseaban una beca deportiva y un título universitario. El que los cuidaría cuando fueran viejos. Aquí está el que encarnaba todas sus esperanzas y sueños. Flotando, desnudo y muerto. Todo alrededor, grandes lechosas perlas de esperma desperdiciada.

Eso, o mis padres me encontrarán envuelto en una toalla ensangrentada, desmayado a medio camino entre la piscina y el teléfono de la cocina, mis desgarradas entrañas todavía colgando de la pierna de mis shorts amarillos. Algo de lo que ni los franceses hablarían.

Ese hermano mayor en la Marina nos enseñó otra buena frase. Rusa. Cuando nosotros decimos: “Necesito eso como necesito un agujero en la cabeza”, los rusos dicen: “Necesito eso como necesito un diente en el culo”. Mne eto nado kak zuby v zadnitse. Esas historias sobre cómo los animales capturados por una trampa se mastican su propia pierna; cualquier coyote puede decir que un par de mordiscos son mucho mejores que morir.

Mierda... aunque seas ruso, algún día podrías querer esos dientes. De otra manera, lo que tenés que hacer es retorcerte, dar vueltas. Enganchar un codo detrás de la rodilla y tirar de esa pierna hasta la cara. Morder tu propio culo. Uno se queda sin aire y mordería cualquier cosa con tal de volver a respirar.

No es algo que te gustaría contarle a una chica en la primera cita. No si querés besarla antes de ir a dormir. Si les cuento qué gusto tenía, nunca nunca volverían a comer calamares.

Es difícil decir qué les disgustó más a mis padres: cómo me metí en el problema o cómo me salvé. Después del hospital, mi madre dijo: “No sabías lo que hacías, amor. Estabas en shock”. Y aprendió a cocinar huevos pasados por agua.

Toda esa gente asqueada o que me tiene lástima... la necesito como necesito dientes en el culo.

Hoy en día, la gente me dice que soy demasiado delgado. En las cenas, la gente se queda silenciosa o se enoja cuando no como la carne asada que prepararon. La carne asada me mata. El jamón cocido. Todo lo que se queda en mis entrañas durante más de un par de horas sale siendo todavía comida. Chauchas o atún en lata, me levanto y me los encuentro allí en el inodoro.

Después de sufrir una disección radical de los intestinos, la carne no se digiere muy bien. La mayoría de la gente tiene un metro y medio de intestino grueso. Yo tengo la suerte de conservar mis quince centímetros. Así que nunca obtuve una beca deportiva, ni un título. Mis dos amigos, el chico de la cera y el de la zanahoria, crecieron, se pusieron grandotes, pero yo nunca llegué a pesar un kilo más de lo que pesaba cuando tenía trece años. Otro gran problema es que mis padres pagaron un montón de dinero por esa piscina. Al final mi padre le dijo al tipo de la piscina que fue el perro. El perro de la familia se cayó al agua y se ahogó. El cuerpo muerto quedó atrapado en el desagüe. Aun cuando el tipo que vino a arreglar la piscina abrío el filtro y sacó un tubo gomoso, un aguachento resto de intestino con una gran píldora naranja de vitaminas aún dentro, mi padre sólo dijo: “Ese maldito perro estaba loco”. Desde la ventana de mi pieza en el primer piso podía escuchar a mi papá decir: “No se podía confiar un segundo en ese perro...”.

Después mi hermana tuvo un atraso en su período menstrual.

Aun cuando cambiaron el agua de la pileta, aun después de que vendieron la casa y nos mudamos a otro estado, aun después del aborto de mi hermana, ni siquiera entonces mis padres volvieron a mencionarlo.

Esa es nuestra zanahoria invisible.

Ustedes, tomen aire ahora.

Yo todavía no lo hice.