viernes, 25 de febrero de 2011

AMOTINADOS A LAS PUERTAS DEL CIELO

Así inicia Amotinados a las puertas del cielo de Arturo Córdova Just:


Qué triste la vida de ciertos muertos,

nadie los saca de su lugar,

deambulan perennes entre el alba y su duermevela,

los traiciona el arcángel que incrustó las monedas de oro en sus párpados.

En suspensión, les conmueve un hielo en sus meñiques,

el pétalo azul del demonio,

su casa de piedra (monumento al remolino intacto),

el gallo y su aviso,

los carpinteros ofreciendo astillas.

Los muertos se asustan de no latir,

de quedarse sin respiro.

Su dulce es el amable licor de la sangre,

el verbo transfigurado en meditaciones fustigadas,

el cráneo de azúcar.

Ciertos muertos vociferan sin verse,

los cosechan porque han sido tallos subterráneos.

Conviven en la incertidumbre,

muy por debajo de la tierra,

allí donde no hay aire y corren las potencias de congelación.

Ciertos muertos tienen una abeja en el paladar,

un piso enorme para atender al vacío,

una calle sin fin,

la libertad de tenebrarse por el encierro.


Ghandi Satélite cuenta con un par de ejemplares

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